Está claro que el conocimiento ya no reside en un número reducido de personas, porque cualquier tema se encuentra en Internet con un nivel de profundidad abismal. Sobre cualquier tema que quieras exponer ya hay miles de artículos, libros o charlas en internet que seguramente lo sintetizan o lo ilustran perfectamente. Ahora bien, que todo el conocimiento esté disponible para cualquiera en la red, no significa que no tengas mucho que aportar. Siempre que expones sobre un tema estás aplicando tu filtro personal y tu  visión, lo cual aporta un valor diferencial, porque entre tanta cantidad de información apreciamos que alguien nos oriente y la valide por nosotros. Simplemente que alguien haya invertido tiempo en hacer una selección, ya es de mucha ayuda. Así que conocer cuál es tu público y lo que necesita, te permite aportarles mucho valor aunque solamente sea compartiendo enlaces concretos con él. Que expliques los temas con tus propias palabras, usando un lenguaje cercano al de tu público, aporta también un valor diferencial. La divulgación de cotenidos con una pizca de sal y pimienta siempre aporta mucho valor, no necesitas inventar la penicilina para contribuir con tu trabajo.

Lo que no está en internet son tus historias, las pequeñas y las grandes historias de tu vida, o de la vida de otras personas. La forma tradicional de transferencia de conocimiento en la especie humana ha sido contar historias. Miles de años antes de que existieran los libros, los humanos aprendían contándose historias. No hay nada que enganche más en una charla o en un libro que contar una historia. Una buena historia tiene un comienzo, una parte donde las cosas se ponen feas porque aparecen los problemas o el villano, pero luego se ve la luz al final del túnel, llega el acto heroico y el final feliz o por lo menos la moraleja. Contar bien las historias es todo un arte, eso es cierto.

El sistema educativo nos ha dicho que se aprende memorizando conocimiento sintético, píldoras de conocimiento, la mayoría de las veces desprovistas de contexto. Uno ni siquiera sabía por qué ni para qué nos enseñaban muchas cosas. No se contaban historias sino directamente se exponía el conocimiento, las conclusiones. Por eso también cuando queremos explicar algo intentamos sintetizar píldoras de conocimiento, y como sabemos que el conocimiento ya está en internet pues se nos quitan las ganas de compartirlo. Si en lugar de sintetizarlo y compartirlo sin más, lo explicas con una buena historia, entonces es mucho más probable que cale y que además sea una forma única de transmitirlo. Contar historias también es un recurso extraordinario hoy en día para  responder a preguntas complicadas en entrevistas o mesas de debate. Sobre todo cuando la pregunta es complicada o hecha para pillar, para buscar un sí o un no incómodo o forzado. En lugar de contestar lo que no quieres o decir “esto llevaría una respuesta muy larga”, podrías decir, “te lo voy a responder con una historia”, (y contar una historia a continuación), es una forma de romper los esquemas, salir airoso y explicar tu punto de vista. Esto lo aprendí escuchando una entrevista a Seth Godin en un podcast, donde estaba hablando de su libro “This Is Marketing”, en el que habla de una forma de marketing totalmente alejada del típico vendedor de coches de segunda mano o de la venta a puerta fría… entonces llega un momento en que el entrevistador le dice algo así como… “¿todo eso es muy bonito, pero qué le dirías a un alto cargo de ventas de una gran corporación que está recibiendo presiones para subir sus ventas?”, y entonces él, en vez de decir “no has comprendido nada”, o “esa es una pregunta difícil o larga de responder”, dijo, “te voy a contar lo que pasó con el caso de ….”, (le contó una historia que no recuerdo), y así pudo reforzar una vez más su idea sin tenerse que poner a la defensiva y sin frustración.

¡Todo el mundo tiene historias que contar! Lo que pasa es que no las apuntamos, no las escribimos, o no las valoramos, pero todo el mundo las tiene y a las personas nos encanta escuchar historias.