Estás disfrutando de tus ansiadas vacaciones en un lugar bonito y tranquilo, con la serenidad que te transmite el océano o la montaña a tu lado, gozando de la paz que estabas deseando. Estás disfrutando de los placeres de la buena comida, el confort de la vida sin horarios y la felicidad de la vida sin conflictos. De pronto, cuando mejor estás recuerdas que pronto tendrás que volver al trabajo, al colegio, a las obligaciones, y sabes que volverás a enfrentarte al conflicto, a las dificultades, a la zona de incomodidad y entonces tu momento sagrado se va al garete. La mente deja de estar en el presente placentero y se muda a un futuro ansioso.

A todos nos cuesta navegar la incomodidad al igual que a todos nos seduce la zona de confort y no hay nada malo en ello. La forma más intensa de disfrutar la zona de confort es cuando aceptamos también la zona de incomodidad. Cuando somos conscientes de que tras la calma podría venir la tempestad y luego la calma otra vez. Cuando aceptamos que es humano sentir incomodidad, miedo, pereza, tristeza o cualquier otro sentimiento o pensamiento que asociamos como negativo, deja de convertirse en malo. Aceptar que nos cuesta trabajo hacer frente a las dificultades es un ejercicio de humildad muy sano. Estar dispuestos a bucear en la incomodidad requiere confianza, valor, esfuerzo y la recompensa es paz. El rechazo hace grande a la dificultad mientras que la aceptación la hace pequeña. No es necesario forzar la salida de la zona de confort, solamente aceptar que tocará salir en algún momento. Así cuando estamos disfrutando del momento de paz lo podemos hacer plenamente, sin tener miedo al miedo, porque aceptamos tanto la comodidad y la incomodidad.